Hoy quería compartir una reflexión personal sobre lo que significa para mí la celebración de Sant Jordi. Aquellos que me conocen bien saben que siempre me gusta cuestionar lo que me rodea y no seguir la corriente sin más. Hasta hace poco, sin embargo, me di cuenta de que muchas de las fiestas que se supone que debemos disfrutar, no me hacían sentir tan plena como esperaba. Tal vez por falta de curiosidad, o por tener demasiadas cosas en la cabeza, comencé a cuestionarme qué realmente me llenaba y qué no.
Fue cuando comencé a frenar el ritmo y a escucharme más cuando entendí algo fundamental: muchas de estas tradiciones, como Sant Jordi, habían perdido su verdadero significado para mí. Y, como siempre, si no entiendo algo, difícilmente lo disfrutaré como corresponde.
En mi caso, la reflexión sobre las flores fue lo que me llevó a replantearme mucho más que la celebración de un día. Todo empezó con la comida: saber de dónde venía, cómo se producía y quién estaba detrás de cada producto cambió radicalmente nuestra manera de consumir. Como consecuencia natural, empezamos a pensar en las flores de otra manera. Y ahora, como florista, sé que una flor no es solo un bonito detalle; puede ser una expresión de respeto hacia la naturaleza, una apuesta por la proximidad y un homenaje al trabajo de las personas que, con pasión, las cultivan.
Sé que muchas veces la manera más fácil de vivir es no cuestionar nada, especialmente cuando tenemos tantos problemas diarios. Pero la diferencia entre vivir de forma consciente y dejarnos llevar por la comodidad tiene un impacto inmenso en la vida de muchas personas invisibles para nosotros, que están detrás de proyectos que podemos o no decidir apoyar. En mi caso, hablo de las flores.
En primavera, las flores locales no siempre están listas para el 23 de abril. Antes había productores de rosas en nuestra zona, pero evidentemente no pueden competir con las grandes producciones de Ecuador o Colombia. El precio, las condiciones laborales, la regulación química y la mano de obra son solo algunas de las diferencias que afectan a esta producción masiva. Y aquí es donde la flor ha perdido su esencia.
Las grandes extensiones de invernaderos al otro lado del mundo permiten controlar totalmente factores como la luz, la temperatura o los productos químicos. Así, podemos comprar flores que viajan largas distancias, que pasan por varios procesos químicos para garantizar que lleguen a nosotros en buen estado. Pero debemos preguntarnos: ¿realmente vale la pena? Todo esto para conseguir que una flor parezca perfecta, pero en realidad ha perdido su naturaleza.
La verdad es que disfrutar de una flor natural, fresca, sin tratamientos químicos, que conserva su aroma, su movimiento y su belleza única, es un verdadero regalo. Una flor que no ha necesitado hormonas para alargar su vida, que no ha cruzado continentes, sino que se vende localmente, con toda su historia a la vista. Esta conexión directa con la naturaleza es una bendición que, lamentablemente, no siempre valoramos lo suficiente.
Cuando disfrutamos de una flor natural, estamos conectando con la naturaleza de una forma más profunda. La flor, con sus imperfecciones y singularidades, nos recuerda que nosotros también formamos parte de este proceso natural. No debemos seguir las corrientes ni ser como los demás; nuestras diferencias nos hacen únicos y eso es lo que nos hace fuertes. Aceptarnos y disfrutar de nuestras propias «etapas» o «estaciones» es una forma de ver la vida que, como las flores, es efímera pero llena de belleza.
Como florista, siempre digo que no solo aprendemos a hacer crecer flores, sino también a crecer como personas. Y en esto estoy completamente de acuerdo.
Si este 23 de abril quieres venir a saludarme, estaré en la Feria de Sant Jordi de Can Muntanyola, de 17 a 19 h, rodeada de flores auténticas. Tal vez no haya la rosa “perfecta”, pero sí habrá autenticidad, historia y amor por la tierra.
¡Nos vemos allí!